Breaking

viernes, 8 de enero de 2016

¿En realidad existen los objetos separados o es una ilusión y todo es una sola cosa?




Profundizar sobre el significado del entrelazamiento cuántico hace pensar que tal vez la separación es una ilusión y todos los objetos son distintas manifestaciones de uno solo.

A muchos físicos les gustaría erradicar de sus modelos de la realidad del universo el insidioso fenómeno del entrelazamiento cuántico. Simplemente es demasiado perturbador para una visión de un universo mecanicista formado por objetos separados que se comportan conforme a las leyes de la física clásica. Y si bien tenemos más de 100 años de física cuántica, nuestra forma de concebir la realidad cotidiana sigue estando anacrónicamente mucho más cerca de la física newtoniana. Seguimos creyendo que algunos de los postulados más radicales y extraños de la física cuántica no aplican al mundo macroscópico, son simplemente anomalías de un espectral mundo microscópico cuya naturaleza es anómala y no tienen efecto en el mundo real de los objetos con los que interactuamos todos los días. El mundo, creemos, se comporta como un reloj suizo o como una cadena de causas y efectos predecibles como si fueran bolas de billar en un plano euclidiano. Y, sin embargo, todas las cosas (incluyendo nosotros, por supuesto) están hechas de estas partículas subatómicas que se comportan de manera tan extraña que, aunque a los físicos les parezca aberrante, hacen pensar en conceptos místicos e inspiran una nueva filosofía cósmica.


Desde 1935 el físico Erwin Schrödinger notó una propiedad peculiar en la materia subatómica que llamó “entrelazamiento” (Verschränkung). Esto es, cuando dos sistemas cuánticos entran en contacto entre sí permanecen conectados instantáneamente, como si fueran parte de un todo indivisible. Schrödinger rápidamente apuntó que esta era la diferencia fundamental entre la teoría cuántica y la física clásica. Actualmente el entrelazamiento cuántico se entiende como un proceso en el que una sola función de onda describe dos objetos separados, los cuales comparten una misma existencia no obstante lo lejos que puedan estar entre sí. Dos partículas que se han entrelazado tienen una descripción definida en conjunto, y cada partícula por separada yace en un estado completamente indefinido: podemos decir que no existe la una sin la otra –aunque una partícula pudiera estar en las Pléyades y la otra entrando a tu pupila en la Tierra, una vez que han tenido contacto estas dos partículas reaccionarían a una medición o un cambio en el sistema de manera instantánea. El entrelazamiento cuántico, que ha sido observado en experimentos con partículas de luz, ha sido descrito por Henry Stapp en los términos de “luz gemela”, o una “disposición correlacionada a responder”.


Einstein era uno de esos físicos que se negaban a aceptar la posibilidad del entrelazamiento cuántico, al cual llamó “fantasmagórica acción a distancia” (el término usado en inglés es “spooky”, el cual también admite una traducción de “aterrador” o “embrujado”). En parte es posible que su rechazo tuviera que ver con que veía una amenaza a su elegante fórmula del límite universal de la velocidad de la luz, ya que si dos partículas estaban conectadas instantáneamente a distancias teóricamente astronómicas, esto sugería un efecto no-local y una violación del límite de la velocidad de la luz. La no-localidad fue explicada por David Bohm, pupilo del mismo Einstein, como un efecto de la totalidad im-plicada, es decir, las partículas que observamos que exhiben una correlación cuántica en realidad son la misma partícula o una manifestación ex-plicada de una unidad implicada que subyace en todos los fenómenos. Bohm popularizó la metáfora del holograma para describir el universo, ya que en su teoría cada partícula es un holograma, una versión a escala del Todo, que, si se divide, sigue manteniendo la imagen total del sistema. Para entender esto es apropiado recurrir a la poesía y a la literatura: es como si cada punto en el espacio fuera el Aleph sobre el cual escribió Borges, y en cada grano de arena estuviera el mundo, parafraseando a Blake. Sobre la no-localidad y el teorema de Bell, explica el físico Nick Herbert que los hechos que experimentamos en el mundo “no pueden ser simulados por una realidad local subyacente. Cualquier realidad que se ajuste a los hechos debe de ser no-local [...]. El teorema de Bell muestra que debajo del mundanal ruido de nuestra existencia local yace oculta una realidad cuántica conectada superlumínicamente que es necesaria para que este mundo ordinario opere”.

El entrelazamiento cuántico ha sido demostrado numerosas veces desde el seminal experimento de Alain Aspect, pero recientemente fue confirmado en una sola partícula por científicos de la Universidad de Griffith. Los investigadores dividieron un fotón entre dos laboratorios y realizaron mediciones en uno que cambiaron el estado cuántico local en otro laboratorio, así verificando el entrelazamiento en un fotón único dividido. En otras palabras, la división es ilusoria, puesto que si divides un fotón en dos, sigue siendo uno. Lo cual nos recuerda un verso del Brihadaranyaka Upanishad que dice: “Brahman es infinito, el universo es infinito. El infinito procede del infinito. Entonces si tomas la infinitud del infinito, permanece infinito”. Tal vez el fotón, como el holograma de Bohm, es un punto infinito, del cual si tomas el infinito permanece infinito. Así la luz puede expandirse y llenar el universo en múltiples rayos sin dejar de ser una.

El reciente experimento hace aún más evidente la realidad de este fenómeno, para quienes siguen manteniendo cierto escepticismo; lo que nos interesa son sus implicaciones, las cuales llegan a unir, como ocurría en la antigua Grecia, a la filosofía con la física. Para el físico Sir James Jeans, en 1930 ya era necesario un cambio de paradigma:



El curso del universo se dirige hacia una realidad no mecanicista; el universo empieza a parecerse más a un enorme pensamiento que a una gran máquina. La mente ya no parece ser sólo una intrusa accidental en el reino de la materia, deberíamos quizás de venerarla como la creadora y gobernadora del reino de la materia. Supérenlo, y acepten la irrefutable conclusión. El universo es inmaterial, mental y espiritual. 

Jeans se anticipó a su tiempo y de cierta manera reflejó también algunas de las ideas de Heisenberg, Bohr y Schrödinger, todos los cuales se refirieron a la filosofía oriental para entender las implicaciones de su trabajo. Hoy en día este cambio de paradigma aún no se instala del todo.

No es sólo un exceso interpretativo intentar asimilar los descubrimientos de la física cuántica –como el entrelazamiento cuántico, el efecto del observador o la dualidad onda partícula, es parte de la esencia del amor a la sabiduría: convertir el conocimiento en experiencia y en algo que tenga utilidad para la vida y el espíritu del hombre. Por eso resulta natural cotejarlo con la filosofía perenne o las viejas tradiciones místicas que vieron el universo como una emanación de la conciencia. El mismo Jeans señala: “Me parece que cada conciencia individual debería de ser comparada con una célula nerviosa en la mente universal”, y también: “esto nos lleva a acercarnos a los sistemas filosóficos que concibieron el universo como un pensamiento en la mente de su Creador”.

El problema aquí parece ser la distancia que existe entre la comprensión científica y filosófica de esta unidad subyacente en todos los fenómenos y objetos y nuestra experiencia cotidiana de un espacio en el que las cosas parecen estar separadas, cumpliendo sus propias trayectorias sin afectarse entre sí, en un espacio frío e inerte. Esta desconexión entre la experiencia material y el conocimiento teórico nos puede llevar a pensar que fenómenos estudiados en el laboratorio, como el entrelazamiento cuántico, deben de ser resultado de un error, de un ruido en la medición, de un fantasma en la máquina, y no una realidad notoria que nos afecte y por lo tanto modifique nuestra visión del mundo. Y, sin embargo, tal vez seamos nosotros los que estemos creando este ruido o proyectando este fantasma sobre la realidad: nuestras anquilosadas y atávicas creencias de una realidad sólida, estable, predecible y meramente material. Recordemos que un átomo está formado en su gran mayoría por lo que se conoce como una “nube de electrones”, por lo que podemos decir que la materia es fundamentalmente espacio vacío en torno a un punto. Quizás la materia no sea toda la historia, como ocurre con el átomo, tal vez sea sólo una parte muy pequeña de la realidad, como la punta de un iceberg. Tal vez el vacío obtiene su “solidez” y la determinación de su estado solamente de la atención de la mente que lo fija y establece sobre la espuma cuántica que permea el universo.

En su libro Lectures on Ancient Philosophy, Manly P. Hall explica su visión del universo como una especie de flor cósmica consciente de sí misma que brota del vacío. Hall considera que no sólo las estrellas, los hombres o los átomos brotan del espacio increado, también los dioses son manifestaciones de la fertilidad inmanente del espacio. Nos dice que “lo visible en realidad es apenas una parte pequeña de la naturaleza” y “la vida invisible debe de ser superior a su vehículo de manifestación”, por lo que es poco apropiado darle mucha importancia a la materia:

Todos los cuerpos flotan en el vasto océano del Espacio, formando apenas una fracción del contenido de la gran esfera del Ser… Es una verdad extraña pero fundamental que la cosa menos permanente en el universo sea una roca, y lo más permanente sea el llamado espacio vacío.

Una forma de imaginar ese espacio vacío, que es el surtidor de todo lo existente, es imaginando una mente. El espacio es como la mente en silencio, quieta, sin pensamientos. La materia y los fenómenos del universo son como los pensamientos que surgen en el lienzo oscuro y vacío de la mente, esa página en blanco que contiene todas las posibilidades. Los pensamientos cambian, pero la mente permanece; las estrellas nacen y mueren pero el espacio del cual emerge toda forma permanece. Tal vez por eso los antiguos textos del Corpus Hermeticum, atribuidos a la figura (también fantasmagórica) de 

Hermes Trimegisto, equipararon al espacio del cual brota el cosmos con la mente universal. Esta idea es muy difícil de concebir para nosotros, atrapados en el encantamiento de la materia, el hechizo de Maia, pero es fascinante de entretener por un momento que podría ser, casi, la eternidad. Invierte radicalmente los polos de nuestro paradigma racional, pero no es algo que esté lejano a la idea de numerosos físicos tan reputados como Roger Penrose y Stuart Hamerof, quienes sostienen que la conciencia podría ser fundamental –existir a nivel cuántico– y la materia sólo una propiedad emergente de la conciencia. La misma idea es expresada popularmente en un sentido espiritual cuando se invierte la noción y se dice no somos un cuerpo que tiene un alma sino que somos un alma que tiene o experimenta un cuerpo. Platón decía que el cuerpo (soma) es el signo (sema) del alma y como tal es simplemente un vehículo para la expresión y experiencia del alma; un vehículo que, al creer que es nuestra primera y última realidad, convertimos prácticamente en una tumba o una prisión. Tal vez la materia sea sólo la última rama de un árbol cuya raíz es la plenitud del vacío, ese árbol invertido de los cabalistas cuya raíz se origina en la misteriosa sutileza de las esferas celestes.



No hay comentarios:

Publicar un comentario