China posee una de las culturas más antiguas del mundo, con una historia que se remonta a más allá de seis mil años atrás, aunque algunos académicos refutan dicha antigüedad afirmando que tan solo es de 2.630 a.C., cuando se supone que antiguos grupos de origen hindú y mongol bajaron de la meseta del Asia Central.
Las leyendas hablan de un creador, P’an Ku, «el ser supremo», al que sucedieron una serie de soberanos celestiales, y les prosiguieron otros terrestres y humanos, que gobernaron la China en consecutivas dinastías, como la Shang, la Zhou y la Qin, siendo esta última la que logró unificar y pacificar el país dando origen, y nombre, al verdadero imperio chino.
De acuerdo con la tradición, el primigenio pueblo chino se asentó en el valle del Huang He o río Amarillo, surgiendo numerosas ciudades-estado, pequeñas e independientes, las que más tarde se unieron en un solo imperio. De dinastía Qing surge Qin Shi Huang, el primer emperador de la china unificada que fue considerado por sus súbditos como un dios. Y es aquí donde la antigua mitología china se toca con la posible presencia de extraterrestres en la antigüedad, ya que según algunos registros milenarios chinos, el dios-emperador Qin Shi Huan, emergió del cuerpo de un dragón de fuego, razón por la que ciertos historiadores chinos le atribuyen al dragón su importancia en los símbolos patrios y culturales de ese país.
Pero la posible referencia tangencial de extraterrestres en el origen del primer emperador, pasa a ser abrumadora con los impresionantes relatos de avistamientos de objetos voladores y de supuestas guerras entre extraterrestres y los llamados «gigantes pelirrojos», que aliados con los antiguos moradores de esta región de Asia, repelieron los intentos de conquista y esclavitud de «dioses» o más bien alienígenas venidos de naves voladoras. Registros de esa guerra que duró centurias, quedaron inmortalizados en tallados en omóplatos de buey y petos de tortuga que según algunos aun se conservan.
Las referencias a guerras entre y contra extraterrestres no son exclusivas de la leyendas chinas, de hecho, se reportan por pueblos tan disímiles como los hindúes, los aborígenes australianos, y los sumerios entre otros.
Los antiguos habitantes de China se autodenominaban «hijos del cielo». Y su literatura clásica proporciona una abundante selección de observaciones de objetos volantes desconocidos, con especificación muy concreta del momento histórico en que apareció cada uno de ellos. Una de las referencias más antiguas que podemos hallar figura en la obra «Ciencia Natural», que en el capítulo 10 reza:
«Bajo el reinado de Xi Ji» – hace aproximadamente 4.000 años – «fueron vistos dos soles en la ribera del río Feichang, uno de los cuales subía por el este, mientras que el otro bajaba por el Oeste. Ambos producían un ruido como el trueno».
En época mucho más reciente, el escritor Wang Jia que vivió bajo la dinastía de los Tshin, relata en su libro «Reencuentro», una historia acaecida en el siglo 4 antes de JC: «Durante los 30 años del reinado del emperador Yao, una inmensa nave flotaba por encima de las olas del mar del Oeste. Sobre esta nave, una potente luz se encendía de noche y se apagaba de día. Una vez cada 12 años, la nave daba una vuelta por el espacio. Por esto se la denominaba «Nave de Luna o Nave de las Estrellas». En su obra «Observaciones del Cielo», otro historiador, que vivió entre los años 960 y 1279 nos da una imagen todavía más clara de esta nave del cielo, afirmando de ella:
«Había una gran nave voladora expuesta en el palacio de la Virtud bajo la dinastía de los Tang. Medía más de 50 pies de largo, y resonaba como el hierro y el cobre, resistiendo perfectamente a la corrosión; se elevaba en el cielo para retronar después, y así continuamente».
Por su parte, el historiador Zhang Zuo, autor de la Historia del Poder y de la Oposición, escribe también que «el 29 de mayo del año 2 bajo el reinado del emperador Kai Yuan, durante la noche, apareció una gran estrella móvil, del tamaño de una cuba, que volaba en el cielo del Norte, acompañada de otras estrellas más pequeñas; esto duró hasta el amanecer». Otro texto, el Nuevo Libro de los Tang, reza en su capítulo 22, dedicado a la Astronomía:
«El año 2 bajo el reinado del emperador Quian-fu, dos estrellas, una roja y la otra blanca, que medían como dos veces la cabeza de un hombre, se dirigieron una junto a la otra al Sudeste. Una vez paradas en el suelo, aumentaron lentamente de tamaño y lanzaron luces violentas. Al año siguiente, una estrella móvil brilló de día como una gran antorcha. Tenía el tamaño de una cabeza. Habiendo llegado del Nordeste, sobrevoló dulcemente la región, para desaparecer finalmente en dirección Noroeste.».
Aunque los dioses serpiente se mostraban en forma de dragones en la historia y mitología china, tanto en la forma en que describían sus naves voladoras como de su fisonomía, no hay ninguna duda de que estamos hablando de los mismos seres serpientes alados con piernas o Nagas de la mitología hindú, o la remembranza del dios Quetzacoátl de los mayas o los Chitauri mencionados en la cultura Dogón o los hombres serpiente temidos por los aborígenes australianos o los Annunaki, creadores de la humanidad referidos por los escritos sumerios de la antigüedad.
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