Solo dos mujeres han ganado el Premio Nobel de Física desde 1901: Marie Curie y Maria Goeppert Mayer. Durante décadas ha habido otro nombre femenino en las quinielas: Vera Rubin. Pero la astrónoma, que hizo posible demostrar la existencia de la materia oscura, murió esta pasada Navidad sin su merecido reconocimiento.
Nacida en Filadelfia en 1928, Vera Cooper (su apellido de soltera) mostró un gran interés por las estrellas desde pequeña, cuando las observaba con un telescopio construido por su padre, ingeniero eléctrico. Fue rechazada en la Universidad de Princeton porque no aceptaban mujeres para los estudios de astronomía, pero se graduó en la Universidad Cornell con una tesina sobre la idea de que las galaxias giran alrededor de un centro desconocido en lugar de expandirse hacia fuera, como sugería la teoría del Big Bang.
Vera se había casado con el físico Bob Rubin. Tuvo cuatro hijos y en la década de los 50 alternó la investigación con la maternidad. Se doctoró en la Universidad de Georgetown con una controvertida tesis que señalaba que las galaxias no se distribuían al azar sino que formaban grandes agrupaciones (cúmulos). Su trabajo fue rechazado por las revistas científicas Astronomical Journal y Astrophysical Journal, pero sus hallazgos fueron confirmados 15 años después.
En 1965, Vera Rubin se convirtió en la primera mujer con permiso para usar los instrumentos del Observatorio Palomar. Ese año se aseguró un puesto en el Departamento de Magnetismo Terrestre del Instituto Carnegie. Para evitar más controversias, Vera trasladó su área de investigación al estudio de las curvas de rotación de las galaxias espirales. Empezó por la vecina galaxia de Andrómeda.
Vera Rubin en 1974
Junto con el astrónomo Kent Ford, que había desarrollado un espectrómetro avanzado para medir la velocidad de las estrellas, Vera observó que existía una discrepancia entre el movimiento angular previsto por la física newtoniana y el movimiento angular observado en las galaxias. Las estrellas más externas giraban demasiado rápido como para que la gravedad fuera todo lo que mantuviese la galaxia unida. Tenía que haber al menos diez veces más materia oscura, una masa que no emite luz, que materia visible.
Vera calculó, de manera conservadora, que más del 50% de la masa de las galaxias estaba formada por un halo de materia oscura que se puede inferir a través del efecto gravitacional que produce. Sus resultados fueron presentados a la Sociedad Astronómica Estadounidense en 1975, lo que llevó a los científicos a descubrir que en realidad el 90% de la masa de las galaxias es materia oscura. Hoy sabemos, aun sin haberla observado directamente, que el 27% del universo está formado por esta materia invisible (frente a un 5% de materia visible).
El nombre «materia oscura» hace referencia a que no emite ningún tipo de radiación electromagnética (como la luz). De hecho, no interactúa en ninguna forma con la radiación electromagnética, siendo completamente transparente en todo el espectro electromagnético. Su existencia se puede deducir a partir de sus efectos gravitacionales en la materia visible, tales como las estrellas o las galaxias, así como en las anisotropías del fondo cósmico de microondas presente en el universo.
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Fritz Zwicky fue el primero en sugerir que existe masa en los espacios que hay entre las galaxias, para la que acuñó el término «materia oscura» en 1933. Jeremiah Ostriker y Jim Peebles demostraron en 1973 que la materia oscura es necesaria para estabilizar las galaxias. Einasto, Saar, Kaasik y Chernin publicaron en 1974 el artículo sobre la materia oscura que cambió la astrofísica moderna. Pero Vera Rubin realizó las mediciones que supusieron en su momento la evidencia más directa y sólida de la existencia de la materia oscura.
Vera murió el 25 de diciembre en Pensilvania por causas naturales, según ha confirmado su hija. Tenía 88 años. Hasta el año pasado, la prestigiosa asociación científica Sigma Xi seguía prediciendo que se llevaría el Nobel. Fuente
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