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sábado, 25 de junio de 2016

¿Y si los extraterrestres son inmortales?


Los últimos avances en inteligencia artificial y la cibernética en general han puesto sobre la mesa del futuro inminente la carta de la singularidad tecnológica y el surgimiento de una especie "mejorada" entre humanos y máquinas. En ese contexto, el famoso astrónomo Frank Drake, autor de la ecuación que permite calcular cuántas civilizaciones avanzadas existen en nuestra galaxia, sospecha que la inmortalidad puede ser muy habitual entre los extraterrestres, no refiriéndose a que no mueran a causa de accidentes o imprevistos, sino a que serían capaces de preservar sus vidas mediante procesos de frenado indefinido del envejecimiento celular.

Los seres humanos aceptamos la destrucción de nuestros órganos corporales y nuestra actividad mental como una inexorable ley de la naturaleza, pero, según Drake, no hay nada en la química de la vida que requiera la muerte. Morimos porque hemos sido programados para hacerlo: la ciencia ya localizó el gen que nos hace envejecer, situado en el cromosoma uno del ADN. Y si ese gen fuera eliminado de las células humanas, éstas dejarían de envejecer. Se admite que la muerte es un obvio recurso para que una generación deje espacio a la siguiente, pero ya no que sea la palabra final de la vida. Así, quizás algunos extraterrestres sepan ya cómo transferir la inmortalidad de células individuales a organismos enteros, o acaso la memoria intacta de un cerebro viejo a otro joven.

En una civilización semejante, los "inmortales" vivirían obsesionados por la seguridad personal, y cada vehículo o dispositivo estaría necesariamente diseñado para no presentar riesgo de muerte alguno bajo ninguna circunstancia. Si la vida fuera el capital más preciado, el límite de velocidad equivaldría a cero y las colisiones serían el peligro más temido. En esa orientación, resulta desesperante el grado de dolor físico y espiritual manifestado por los presuntos extraterrestres del ovni caído en 1947 en Roswell, heridos de muerte y gritando, quizá rogando por una salvación imposible.

Frank Drake ha participado y dirigido numerosos proyectos desde que él mismo llevara a cabo el primero de todos, el proyecto Ozma en el año 1960. Actualmente es presidente emérito del instituto SETI.

No es lo mismo morir cuando estamos predispuestos que cuando es una posibilidad remota e insólita, tal vez antinatural. Si hubiera inmortales, no tendrían necesidad de apurarse para llegar a ningún lugar: el tiempo, entonces, también habría sido conquistado por ellos. De tal modo que no querrían extenderse por el universo o comunicarse sólo por mera curiosidad, sino para indagar toda posible fuente de daño físico y obtener amplias garantías de seguridad. Dada su devoción por la defensa de la vida individual, estos inmortales serían enormemente precavidos ante las posibles amenazas llegadas de otros planetas, incluyendo la Tierra.

Acaso en principio les haya parecido más prudente pasar inadvertidos u ocultarse de nosotros, sin enviar ni tan siquiera una señal de radio a través de nuestro sistema planetario, pero, según Drake, a ellos pronto se les habría ocurrido la mejor estrategia: ayudar a otras culturas a volverse inmortales. ¿Por qué? Porque formando herederos del mismo insaciable apetito de seguridad personal, e incluso sociedades enteras en las que la vida fuera el valor más elevado, quizá nosotros dejaríamos de lado toda desventura bélica extrema y ellos ya no temerían más sus nefastas consecuencias.

"En una civilización semejante, los “inmortales” vivirían obsesionados por la seguridad personal, y cada vehículo o dispositivo estaría necesariamente diseñado para no presentar riesgo de muerte alguno bajo ninguna circunstancia".

Para Frank Drake y Carl Sagan, era poco probable que los mensajes contenidos en las astronaves Pioneer 10 y 11, que no estaban apuntadas hacia ninguna estrella en particular, sean recibidos por otras civilizaciones. Para que esto suceda, los extraterrestres tendrían no sólo que detectar el Pioneer, sino recogerlo y, por supuesto, interpretar los cien mil caracteres de su mensaje. Y sin embargo el simple hecho de haberlo enviado logró que los astrónomos ampliaran su ámbito de comprensión, y que la NASA volviera a llamarlos en 1977 para crear las nuevas misivas estelares de las dos Voyager que visitaron Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, rebasando luego los límites del sistema solar.

Para esta misión, Drake recopiló miles de imágenes visuales y la esposa de Sagan todos los sonidos terrestres, que fueron impresos en un videodisco al que Sagan empacó junto al equipo reproductor. En total, diez millones de caracteres y la certeza de que aunque la grabación no sea descifrada por otras inteligencias, será tomada como un mensaje. Si en la época de las Voyager los humanos hubiéramos recibido un compact disc del cielo, es obvio que no habríamos podido escucharlo: esa tecnología aún no existía. Y no obstante, tal compact disc habría constituido en sí mismo la prueba concreta de la existencia de una tecnología superior. El ejemplo es claro, sin duda.

Además, Drake sostiene que la falta de tiempo es la preocupación central de las razas cuya vida está limitada por la muerte, y que quizá quienes entiendan la grabación de la Voyager reconozcan nuestra difícil situación temporal.

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