Tanto a nivel individual como colectivo somos portadores de una sombra autóctona, inteligente y súper-activa, cuya intención última es ante todo sobrevivir.
Esta sombra conforma un universo de escalas, estatus y recursos de supervivencia que cohabitan en sí misma y en cada uno de nosotros a la vez, nutriéndose de la energía emocional del ”huésped”, (cualquiera de nosotros) a modo de ocupa milenario; siempre dispuesta a defender, imprevisiblemente, su propia existencia por encima de cualquier intento de “agresión”, o percepción de intromisión, que detectará cualquier programa vivo que actúa desde su impronta más primaria.
Completamente desconectada de la energía que conforma el universo consciente de ser ese “infinito universo”, o formar parte del mismo, la sombra responde a través de las máscaras de los personajes ficticios en términos de supervivencia en estado puro; La sombra que dirige al personaje está convencida de que se va a morir, y sus reacciones son dominadas, en consecuencia, por el miedo. Esa sombra o parte de esa sombra es lo que nosotros identificamos, posiblemente sin saber a qué nos referimos y en términos abstractos, como simplemente “miedo”.
Desde siempre nos contaron que el miedo actúa como recurso de supervivencia, y lo justificamos como algo innato y natural, y sin embargo se construye así mismo como tal, ya que la esencia en su forma más primaria es eterna, y por lo tanto ajena a toda idea de daño o perjuicio para la vida, pues esa esencia es la vida en sí misma.
Pensamos en el miedo entonces como algo necesario para sobrevivir, pero tengamos muy en cuenta que, la supervivencia, tan solo se puede dar dentro de un paradigma donde la muerte sea una posibilidad.
Es por eso que el miedo “se construye”, y ahora podemos decir que se construye en atención a esa máxima elemental, edificada sobre una sencilla pero arraigada creencia:
La creencia de que nos vamos a morir.
Hablamos del miedo desde siempre como un fenómeno natural, tan natural como la vida misma, pero es incierto; el miedo responde a un programa de supervivencia artificial, pues se encuentra sostenido por un paradigma de la mente separada…
¿Separada de qué?
Pues separada, nada más y nada menos, que de su propia esencia; tan primigenia como trascendental.
La idea de la muerte conforma el muro emocional donde, una y otra vez, rebotan en su sólida coraza cuantas situaciones nos evoquen la creencia de estar en peligro de muerte.
Cada vez que algo se topa contra ese muro, (el muro emocional), queda garantizada una forma de miedo nueva, con cada nueva manera de sentir nuestra vida en riesgo o en peligro de extinción. Ese miedo es fragmentado a su vez en incontables subcategorias que englobarán cualquier tipo de estado de precariedad, bien sea alimentario, de cobijo, de calor emocional o de rechazo, pues volvemos a situarnos en precario, volviendo a accionarse una vez más ese recurso ancestral, basado en la creencia original de que la vida es algo que se puede llegar a perder
Al ser ese miedo completamente irracional, (pues ya hemos visto que se encuentra sostenido por una simple creencia fruto de la separación, <la idea de la muerte>), funciona al margen de las leyes universales más rudimentarias, y se antepone con ilógica pretensión a cuantas necesidades reales de colaboración y empatía, necesita el ser humano para manifestar la idea de la vida desde su origen más primario, es decir; desde su vertiente, ahora sí, más “natural”.
Se pongan como se pongan los Darwinistas y servidores de la teoría de la evolución, vemos como el miedo no supera siquiera su primera prueba como “recurso natural de supervivencia”. De hecho, fracasa estrepitosamente, mostrándose como una quimera, totalmente artificial, producto tan solo de la ficción de una mente separada.
Podríamos llegar a decir que la llegada de un alma al “mundo de lo físico y la materia”, por contagio cuántico o cultural, se contaminará de inmediato por los códigos imperantes de “ese miedo irracional”, que de seguro ya contaba con tintes claros de ”gran reserva milenaria”, y esto será verdad solo en parte, porque aun a riesgo de cercenar desde la base un arraigado paradigma, todo apunta a lo contrario: ”La construcción del mundo de lo físico y la materia”, con todos sus miedos ancestrales, se debe más bien a la inercia milenaria de la densificación de la energía de la “conciencia original”, causada por la acumulación sostenida y expandida de aquel miedo primigenio, que alguien sintió por primera vez al crearse un suficiente “muro emocional”, que le hizo perder la perspectiva de “quien era”, aislándose por un fugaz momento de su propia naturaleza.
Y desde ahí, se cometió ese “pecado original”, que nada tiene que ver con la manzana de Adán y Eva, ni con comer del famoso “Árbol del Conocimiento”, tiempo después.
A no ser que comer de ese árbol fuese prohibitivo, y se convirtiese en pecado la única posibilidad de redención del hombre, que paradójicamente, reside en revertir la historia al completo, precisamente comiendo del árbol de la vida y el conocimiento: Es decir, mordiendo la manzana de Lucifer. Ahí es nada.
La historia fue cambiada por la inteligencia de la sombra autóctona equivalente al miedo, consecuentemente para asegurar su supervivencia, porque es un ser vivo, independiente, inteligente y con motivaciones propias.
“Morder la manzana de Lucifer” supone entonces nuestra salvación como especie, ya que si sabemos que con miedo no se puede vivir, no nos quedará otra que transformar la realidad o perecer en el intento. Por otra parte, siendo esta la única forma posible de morir, tampoco habrá mucho de qué preocuparse, pues en ese caso llevamos muertos, si el tiempo no existe, toda una extensa eternidad.
De modo que nacer será la única salida que nos quede, pero nos cuesta, porque nacer nos da miedo; ya que para nacer antes antes hay que ”morir” en el reino del miedo, y el miedo recordemos que no se quiere morir, porque no sabe nada de nosotros, ni de la eternidad, ni sabe que si nacemos, el también renacerá transformado junto con nosotros.
La competición, la contienda, el dinero, la superación individual, el trabajo, el tiempo, las guerras y todo lo demás, responden a los requerimientos del miedo, sin más, porque aunque los cuerpos mueran el miedo permanece, ya que también forma parte de nuestra energía de conciencia, porque ahí se encuentra y como sabemos, ésta es eterna.
Dentro de nosotros vive y viviendo de nosotros continuará, de no ser transformado en un proceso de liberación consciente, ya que no se puede vencer ni superar, porque si es vencido se hace más fuerte para la próxima contienda, y si es superado se queda en la retaguardia, esperando su mejor momento…
El conocimiento es lo que nos libera, porque a través de conocernos “volvemos a casa”.
El miedo no es un “recurso natural”: Es irracional, ficticio, y tan ilusorio como ilusoria es la idea de la muerte. Tantas veces repetido el fractal en cada moraleja que nos dejaban en la pelis: “The End”, “El Final”; pero sabemos que la película nunca terminó, los actores continúan, la función es perpetua y la cadena que nos retiene transitoria, si así lo queremos ver.
Abre los ojos, tu miedo es irracional.
Puedes comer de la manzana de Lucifer, porque ahí está la puerta de salida.
Buen provecho.
Por José Vaso
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