Para que el sistema capitalista se mantenga a flote, la economía debe crecer siempre de forma constante. Sin embargo, nuestro planeta no es infinito. Tiene unos límites que hemos rebasado con creces y, según los expertos, en un par de décadas alcanzaremos el punto de no retorno. Entonces ya no habrá esperanza ni para la Tierra ni para la humanidad. En el siguiente reportaje mostramos los riesgos, contradicciones y cambios radicales a los que debemos enfrentarnos en los próximos veinte años si queremos evitar el colapso definitivo.
A fuerza de convertirse en un mensaje tan repetido, la opinión pública hace tiempo que ha dejado de prestar atención a este asunto. Sin embargo, no existe problema más importante que debamos resolver en las próximas décadas, si no queremos que la especie humana desaparezca de la faz de la Tierra. Por eso sorprende que gobiernos e instituciones internacionales muestren una parálisis tan extraordinaria. La explicación estriba en que nuestro modo de vida, basado en un sistema de mercado capitalista global, se asienta en el crecimiento constante. En el momento en que una economía –local, nacional, continental o mundial– decrece, se equilibra o no aumenta por encima del 1,5% anual, el propio funcionamiento del capitalismo genera una contracción que lleva a esa economía a una crisis que amenaza la estabilidad del propio sistema.
Es la mayor contradicción del capitalismo, porque su supervivencia depende de un crecimiento indefinido, pero en el mundo tridimensional en el que vivimos los recursos son limitados, por lo tanto existe un punto de no retorno a partir del cual es imposible continuar expandiéndose… Y nuestro hogar, esa pelota azul que gira en algún lugar en el extrarradio de la Vía Láctea, está a punto de alcanzar esa situación irreversible a causa de nuestras actividades extractivas e industriales.
EL PLANETA NO DA PARA MÁS
La solución para evitar el apocalipsis planetario no es sencilla, puesto que implicaría un cambio radical de sistema económico e industrial y, por lo tanto, de forma de vida en las sociedades más opulentas. ¿Estamos dispuestos a carecer de automóviles, a olvidarnos de viajar por nuestro país y por otros o a dejar de emplear en gran medida equipos electrónicos? ¿Estamos preparados para la desaparición de los supermercados y otras superficies comerciales y consumir sólo productos generados en nuestra localidad? ¿De verdad aceptaremos no tener la posibilidad de elegir entre miles y miles de productos de toda clase fabricados en cualquier nación de la Tierra? ¿Seremos capaces de consumir menos de la mitad de energía y recursos hídricos?
Al estado de la cuestión se suma el hecho de que sociedades hasta ahora subdesarrolladas pretenden acaparar su porción de tarta en el tablero del capitalismo mundial. Son los casos de China, India y Brasil, que ya son potencias económicas e industriales y que pretenden competir con EE UU, Europa, Japón y los países productores de petróleo en Oriente Medio. A medida que estos «colosos dormidos» se convierten en economías más prósperas, aumenta el nivel de vida de sus habitantes, que demandan un consumo de bienes y servicios similar al de los ciudadanos de Occidente. El problema es que no hay recursos suficientes para tantos millones de almas consumiendo sin parar…
A pesar de esta «imposibilidad técnica», en la actualidad son necesarios ¡2,2 países similares a China para que su territorio se autoabastezca cada año! Estudios científicos bastante conservadores indican que la humanidad consumió en 2015 un planeta y medio. Según estos cálculos, en 2030 harán falta más de dos mundos como el nuestro y para el período 2050-2060 la sufrida Tierra no podrá sostener tal grado de depredación y sobrevendrá el apocalipsis definitivo.
Por Miguel Pedrero
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